Rate this post

Hace años las travesías por el desierto fueron un clásico entre los viajeros, ahora la inseguridad que existe para los occidentales en lugares como Mauritania, Niger, Argelia, Chad, Libia y otros, hace que estos países sean lugares poco o nada recomendables. Pero al menos nos queda un país, Omán, donde poder disfrutar de preciosas jornadas recorriendo extensos mares de dunas.

El sultanato de Omán cuenta además con la particularidad de tener kilómetros y kilómetros de costa. No está nada mal estar dando saltos por las algodonosas dunas de arena durante horas y horas montados en los potentes vehículos 4×4 y luego poder reconfortarse con un agradable baño en una playa solitaria. Luego de nuevo hacia el interior del desierto para pasar la noche bajo un maravilloso cielo estrellado.

Ahora os contaré dos momentos mágicos que viví en el desierto de Omán. El primero, sucedió tras una agradable cena acompañada de una larga tertulia a la luz de una fogata. Decidí apartarme un poco y subir a la cresta de una duna cercana, una vez allí, me descalcé y me tumbé sobre la arena fresca mirando las estrellas, en ese momento fui dueño y señor de toda aquella inmensidad. No sé el tiempo que trascurrió porque el mundo se detuvo en ese instante. No faltaba ni sobraba nada. Bajé de la duna plenamente feliz.

Otra noche me desperté al oír una especie de tremendo gemido, confieso que me asusté, al salir de la tienda el guía nos dijo: “las dunas a veces lloran» y se quedó tan pancho. Luego nos explicó, ante nuestras atónitas miradas, que por la noche y debido al cambio de temperatura que se produce entre los calores del día y el frío nocturno, los diminutos granos de arena se mueven de forma simultánea en el interior de las dunas  produciendo ese sonido tan especial, similar a un lloro.

Hace tiempo un conocido me soltó de forma chistosa: ¿Y para qué vas al desierto si allí no hay nada?. Me dio mucha pereza contestarle.

Deja un comentario