Viajes Angulares: Los Jhatar del Tibet

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Viajes Angulares: Los Jhatar del Tibet

Sabía de su existencia pero no había tenido la oportunidad de visitar ninguno de ellos. Hace muchos años, en Lhasa, lo intenté pero su acceso estaba prohibido a los turistas. En cambio, en mi reciente viaje por las regiones tibetanas de Amdo y Kham, nos topamos con uno de ellos. Me refiero a los Jhatar, lugar donde los tibetanos celebran sus prácticas funerarias y cuyo nombre en tibetano significa literalmente: dar el alma a las aves.

Estábamos en una montaña en la ciudad de Lagmusi, a caballo entre las provincias de Gansu y Sichuan, y cerca del monasterio de Serti Gompa. Seguimos una empinada y embarrada pista de tierra. Nuestro vehículo 4×4 demostró estar preparado para estas aventuras.

Los budistas creen en la reencarnación y por este motivo consideran al cuerpo como un mero recipiente. Después de abandonar este mundo samsárico, no hay ningún problema en cómo deshacerse de los restos de los fallecidos. En Tibet el suelo es demasiado duro para hacer enterramientos y la escasez de madera impide las cremaciones. Por lo tanto, su sistema resulta mucho más práctico y ecológico.

Este tipo de funeral donde el cadáver, completamente desnudo, es seccionado y colocado en la cima de una montaña para que los buitres y otras aves de rapiña den buena cuenta de él, es para los ojos occidentales bastante incómodo, aunque desde luego no es así para los tibetanos.

La vida es tan solo un tránsito, un ciclo de nacimiento, vejez, enfermedad y muerte y al final de todo no nos podremos llevar nada, ninguna preciada posesión por pequeña que sea. Nuestro cuerpo en cambio servirá como sustento a otros seres.

No asistí a ningún ceremonial pero si visité uno de estos lugares. Llegamos al atardecer a una cima repleta de banderas de oración, un rebaño de yak pastaba pacientemente. Por el suelo estaban diseminados cuchillos, hachas y otras herramientas utilizadas recientemente, también había piedras y maderas con mantras y figuras dibujadas. Fue un momento extraño y de profundo recogimiento. La muerte para los occidentales se ve de manera muy diferente a cómo la viven los tibetanos.

Abandonamos el lugar meditabundos, pero a los pocos minutos los gritos y la algarabía de los niños que abandonaban el colegio nos devolvió a la realidad de la impermanencia. No hay nada eterno ni duradero en esta vida. ¡Qué gran enseñanza! Seguimos nuestro viaje.

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