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Globo terráqueo escrito en árabe

Globo terráqueo escrito en árabe

Omán, ese pequeño sultanato situado en el corazón de la Península Arábiga, es a menudo una tierra donde la leyenda y la fantasía se mezclan y confunden. Su legendario territorio era desde donde partían las caravanas cargadas de incienso para perfumar los más ricos palacios y templos. Esa valiosa mercancía, muy apreciada en la antigüedad, recorría a lomos de camello kilómetros y kilómetros de peligrosos desiertos hasta llegar a su destino final.

Pero también peligrosas y enigmáticas geografías recorrió en sus periplos el legendario Simbad el Marino, ese que exclamó al emprender su sexto viaje: “Mi alma anhela los viajes”. Bueno, pues según cuenta la leyenda, el famoso navegante nació en la ciudad de Sur, una encantadora y coqueta ciudad portuaria situada sobre la costa del golfo de Omán y cercana al punto más oriental de la Península Arábiga. Al norte quedaba el Trópico de Cáncer y la capital, Muscat.

Mi periplo por el sultanato tenía varios iconos importantes, uno de ellos era averiguar si la figura de Simbad era conocida por estas tierras. Así que después de recorrer durante varios días el desierto de Wahiba, me dirigí a la costa. Sur es una pequeña localidad de pescadores con pequeñas casitas blancas que llegan hasta el puerto. Un faro vigila desde sus alturas las tranquilas aguas de color verde turquesa. Todo muy bucólico y tranquilo pero de Simbad, nada de nada. Nadie parecía conocerle y a nadie parecía importarle. Se ve que los cuentos de Las 1001 noches no son muy conocidos por estos lares.

Finalmente, encontré una librería llamada Simbad el Marino, aunque el letrero estaba en árabe; el guía conocedor de mi interés, me avisó. No disponían del  libro, ni sabían mucho de la historia, pero al menos, me compré un precioso globo terráqueo con los nombres de los países en árabe. Salí satisfecho de allí.

Antes de abandonar la ciudad, fuímos a un lugar donde todavía se construyen de forma artesanal los dhown o sambuco, típica embarcación que faena por estos mares. No hay planos y tan sólo la experiencia de los artesanos permite seguir construyendo con robustas pero a la vez manejables maderas, estas preciosas naves. Cada uno sabe lo que tiene que hacer, y aunque la producción ha bajado considerablemente, ya que los precios son mucho más elevados que las construidas con materiales plásticos, quedan todavía algunas adineradas familias del Golfo y también, empresas turísticas que las usan como atractivo que las compran. Para mí, fue un valioso disfrute deambular tranquilamente entre los orgullosos  artesanos, poder observar de cerca y tocar los materiales, tablones de madera, velas, cuerdas y adornos que darán vida a una nueva embarcación.  Quizás, alguno de los antepasados de estos hombres, fuera sin ellos saberlo, los que también construyeron el barco con el que partió Simbad el Marino a vivir sus fascinantes aventuras. Con eso me conformo.

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