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tromso

El martes 21 de junio, a las 03h00 de la madrugada, llegó oficialmente el verano. Salvo cuando era niño, y el verano significaba vacaciones escolares y los meses estivales trascurrían llenos de juegos y campamentos, tengo que confesar que el verano ya no es mi época del año preferida. No soy amante de calores, prefiero el frío y cuando los colores otoñales invaden los paisajes es cuando más me gusta disfrutar de la naturaleza.

Este año avisan que el verano vendrá calentito, ya lo está siendo, así que hoy al menos he decidido refrescar mi mente recordando, los buenos momentos pasados en Tromso, una interesante y coqueta ciudad del ártico noruego y que está situada a 400 kilómetros del Círculo Polar Ártico.

En las dos veces que recale en Tromso era pleno invierno y no me arrepiento de haber escogido esa época del año para viajar al lejano Norte. La nieve lo cubría todo, estaba precioso y ya se sabe lo que afirman los noruegos, “no hay malas temperaturas, sino pésimas vestimentas“.

Hoy os contaré sobre el Museo Polar, un lugar que disfrute mucho y al que espero volver pronto. Situado frente al puerto es un edificio pequeño, una especie de cabaña, pero grande por su contenido. Consta de dos plantas repletas de innumerables tesoros para los amantes de las exploraciones polares. Uno puede pasarse horas: yo lo hice, embelesado admirando fotografías, objetos, mapas, maquetas etc de los grandes exploradores polares como Fridtjof Nansen o Roald Amundsen. Las pequeñas y atiborradas salas tienen una ambiente muy especial y nada más atravesar la puerta desde la calle se ve uno inmerso en el apasionante mundo de las regiones polares.

Tromso tiene otros muchos atractivos, dejo para otra ocasión contaros sobre la excelente cerveza Mack, cuya fábrica es la más septentrional del mundo.

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