El primer momento inolvidable fue en las tierras de Damarland, hábitat del elefante del desierto, ese ejemplar capaz de estar hasta 4 días sin beber y que mueve continuamente sus orejas para ventilarse. Pudimos ver una familia con una pequeña cría que no se separaba de su madre, detuvimos el vehículo y a disfrutar de tan emocionante espectáculo, los tremendos animales estaban a escasos metros de nosotros pero ni siquiera se inquietaron, nosotros obviamente felices y emocionados.
El segundo momento inolvidable fue en el Parque Nacional Etosha,, allí entre otros animales vimos pasearse tranquilamente frente a nosotros y casi como si de un modelo se tratara, a un tremendo rinoceronte, ese animal que siempre me pareció perteneciente a otros lejanos tiempos del pasado, su caparazón parece hecho de placas metálicas y su cuerno, muy cotizado en los mercados asiáticos bajo el pretexto de tener poderes mágicos les lleva a menudo a ser cazados de forma indiscriminada. Y por último, pero no menos emocionante, siempre lo es, cuando en la Reserva de Erindi tuvimos frente a nuestro vehículo a tres poderosos y soberbios leones. Según nos contó el guía que nos acompañaba en esta visita, eran tres hermanos y estaban tumbados plácidamente a la sombra de un árbol. Ya se sabe que ver a un león en acción no es fácil, casi siempre están reposando y medio adormecidos pero observar su estampa y quizás tener la oportunidad de oír su rugido es suficiente motivo como para sentir un ligero cosquilleo de emoción. Por algo le llaman el «Rey de la selva».
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