De niño jugué mucho a los indios y americanos, en aquellos tiempos hacíamos aquella distinción, a mí siempre me gustaba ser de los indios y mi atuendo completo incluía arco, flechas y penacho de plumas.
Cuando se viaja a veces se encuentran lugares donde, sin saber bien el motivo, uno se siente especialmente cómodo, y eso es lo que me sucedió a mi nada más pisar la ciudad de Vancouver. Hay muchas cosas de esta urbe situada al oeste de Canadá y cercana a la costa del Océano Pacifico que me gusta, sin ninguna duda sería una ciudad donde no me importaría pasar una larga temporada.
Entre las muchas visitas que hice, hubo una que disfruté especialmente.
El MOA, Museum of Anthropology, está situado en el precioso y frondoso campus de la Universidad de British Columbia, a una media hora de bus de línea desde el centro de la ciudad. Hay muchas cosas admirables en este museo, pero a mí lo que más me agrado fue la extensa colección de tótems y tallas de madera. No sé cuánto tiempo pase allí pero mi imaginación y recuerdos de la infancia se dispararon con cada nueva pieza que veía. Los tótem, esos que tantas veces había visto en las películas, estaban frente a mí, eran auténticos, grandes y muy bien conservados, desde luego eran maravillosas obras de arte. Nunca había tenido la oportunidad de ver en un solo espacio tal despliegue de objetos relacionados con el mundo de los espíritus de los indios.
En la magnífica y bien surtida librería compre una preciosa obra de Bill Reid, perteneciente a la tribu haida, uno de los grupos étnicos situados en la costa noroeste del Pacifico, este artista ha creado una colección, The raven and the firts men, tomando al cuervo como animal totémico.
Abandoné feliz el museo llevando en mi mochila ese pequeño tesoro que acababa de comprar.
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