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Guatemala es un país precioso y lleno de volcanes.  Uno de los lugares imprescindibles cuando se visita el país centroamericano es el lago Atitlán, donde por cierto se encuentran cuatro volcanes: Cerro de oro, Tolimán, Atitlán y San Pedro. Alrededor del lago se encuentran desperdigados diversos pueblos, la mayoría tienen nombres de santos, pero esto  no debe confundirnos pues por aquí conviven cultos católicos mezclados con creencias mayas dando lugar a situaciones de gran sincretismo religioso como sucede con un curioso personaje llamado Maximón.

Su origen se pierde en la antigüedad, algunos cuentan que al llegar los conquistadores españoles trataron de imponer el culto a los santos a los indígenas guatemaltecos, estos fueron creando diferentes cofradías y poco a poco los cultos prehispánicos y los de los recién llegados se fueron mezclando. En Santiago de Atitlan se fundó la cofradía de Santa Cruz que es la cuidadora de Maximón, un personaje considerado santo y que cuenta con miles de fervientes devotos  que confían en él como un poderoso guardián protector. Todo vale en las peticiones a Maximón, él vera lo que concede y lo que no.

Hace años tuve la oportunidad de asistir a una pequeña ceremonia, donde algunos indígenas tenían peticiones que hacer al santo. Maximón es de madera y mide aproximadamente 1,30 metros de altura, está vestido con diferentes  ropas de llamativos colores y también le cubren algunas ramas de maíz. Está depositado sobre una especie de altar repleto de velas encendidas de diferentes colores, cada color está indicado para una petición, las azules para conseguir  dinero, las amarillas protección en general, las verdes seguridad en los viajes, las blancas para que cuiden de los niños y las negras deberían protegernos de las insanas envidias.
El ambiente era de honda religiosidad pero también relajado y divertido, había solemnidad pero todo el mundo se movía como si todo lo que allí sucedía fuera algo cotidiano.
Desde luego para mí no lo era. Yo observaba desde una esquina cada detalle y movimiento con gran expectación. La iluminación tenue de las velas y el humo provocado por las mismas convertían la pequeña estancia de aproximadamente 8 x 10 metros en un lugar bastante singular.

Las ofrendas se van distribuyendo por donde se puede. Éramos alrededor de 20 personas, todas hablaban tzutuhil, lengua local, cuando se dirigían al santo, al cuidador le entregaban sobre todo pequeñas botellas de aguardiente y también puros, Maximón siempre tiene uno encendido entres sus labios, luego dinero y de rodillas le hacían las peticiones. En cualquier caso me explicaron que todo vale para ofrecer y pedir protección a Maximón. Cuando llegó mi turno, también me arrodillé ante el santo, di mi ofrenda  y pedí con devoción. Antes de entrar alguien me dio un buen consejo: “Ten cuidado con lo que pides, no vaya a ser que se cumpla.”

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