El Tibet cambió mi vida
Alexandra David-Neel nació en Francia en 1868. Desde joven se le metió en la cabeza entrar en Lhasa aunque por aquellos años la ciudad permanecía cerrada a los occidentales. Le costó muchos esfuerzos y penalidades pero no cejó en el empeño hasta que finalmente, en 1924, lo consiguió convirtiéndose en la primera mujer occidental en pisar la capital del Tibet.
Yo también anhele viajar al Tibet, donde llegué por primera vez en agosto de 1987 y aunque tampoco fue nada fácil conseguir el visado chino que nos permitiría acceder al territorio tibetano no requirió de tantos esfuerzos y años de espera como a la exploradora francesa. En aquellos tiempos, debido a la dificultad por conseguir el visado, era un destino deseado por muchos viajeros que ansiábamos recorrer el país de las nieves y techo del mundo, ese lugar situado en plena cordillera del Himalaya, del que había conocido algo mas leyendo ‘El tercer Ojo’ de Lobsang Rampa, un monje tibetano que mostraba al mundo ceremonias secretas y que más tarde se descubrió que de monje nada de nada, ya que al autor del libro era un fontanero inglés, Cyril Henry Hoskin, que ni hablaba tibetano ni había estado jamás en Tibet. Fiasco total. ‘Tintin en Tibet’, para mí el mejor de los álbumes del joven reportero creado por Herge, fue otra de las lecturas que provocaron en mí el deseo de viajar al país del yeti.
Aquel viaje me cambio la vida, porque como alguien dijo: “Cuando sales por ahí no eres tu el que hace el viaje, sino el viaje el que te hace a ti” y eso mismo me sucedió a mí.
En aquel lejano periplo, conocí en un hotelucho de mala muerte, situado cerca del Monasterio de Jokhang, a un montañero vasco que durante años se convirtió en gran amigo y que me propuso que me dedicara profesionalmente a esto de los viajes. Tampoco tuvo que esforzarse mucho, yo estaba ya convencido que los viajes era la parte más importante de mi vida y a eso decidí dedicarme desde ese momento. Atrás deje algunas cosas pero nunca me arrepentí de haber tomado aquella decisión.
Por cierto, aquel viaje por el legendario Tibet, visitando sus monasterios y templos, recorriendo sus montañas, o asistiendo a ceremonias budistas también dejó en mí otras importantes semillas que no reconocí entonces y que años más tarde florecieron. Pero eso ya os lo cantare otro día.
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