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Imagen del complejo monástico de cuevas de Vardzia

Imagen del complejo monástico de cuevas de Vardzia

Lo bueno de viajar sin planes preconcebidos es la posibilidad de encontrarse con lugares, fiestas o celebraciones que uno ni siquiera sabía que existían. Hay que estar siempre con los cinco sentidos atentos y como suele decirse: “Surge la liebre cuando menos te lo esperas” y eso me sucedió a mi mientras recorría Georgia, en el siempre fascinante territorio caucásico.

Por eso cuando Bárbara, al segundo día de estar en Tblisi, la capital georgiana, y mientras comíamos un sabroso “kachapuri”, exquisito y tradicional plato georgiano similar a un hojaldre relleno de queso, me pregunto: ¿Te interesa conocer Vardzia ? la mire con cara de asombro y enseguida adivino que no sabía nada de aquel lugar. En dos palabras me describió el interés de aquel legendario cumulo de cuevas. Acepte encantado y expectante, todo hacía presagiar que aquella visita no me defraudaría.

Salimos temprano desde Borjomi, una localidad famosa por sus antiguas aguas medicinales y que durante la época en que Georgia perteneció a la URSS obteniendo numerosos galardones.  Poco a poco nos fuimos adentrando en el paisaje alpino salvaje de la montaña Erusheti, los arboles ya por esas fechas  con colores otoñales nos acompañaron durante todo el recorrido como también lo hizo un serpenteante rio. Cruzamos varios puentes para finalmente arribar a Vardzia.

El lugar es sobrecogedor. La montaña esta agujereada por infinidad de cuevas que fueron construidas en el siglo XII y que sirvieron de residencia, o lugar de retiro y rezo para más de 7.000 monjes ortodoxos. El número de religiosos fue descendiendo con el paso del tiempo y ya en el siglo XVI bajo el control otomano el lugar fue prácticamente abandonado, hoy apenas quedan una decena de religiosos viviendo en tan extraño enclave.

Bárbara conoce bien a un joven monje, Mama Lazare, fue compañero de colegio de su esposo y nos recibe con un fuerte abrazo y una sincera sonrisa. Su sobrio atuendo negro y sus largas barbas parecen sacadas de otra época.

Subimos, bajamos y volvemos a subir mientras que el monje nos hace de excelente guía. Nos va mostrando los mil y un vericuetos que esconde esta montaña. Nos movemos por pasadizos casi secretos que unen los 10 niveles de la agujereada montaña donde hay más de 300 habitaciones,  de vez en cuando Mama Lazare se detiene y nos muestra orgulloso las preciosas y antiquísimas pinturas murales que adornan las diferentes estancias. Un denso pero agradable olor a incienso y a cera quemada de las velas nos envuelve durante la visita.

Estos mundos monásticos siempre me fascinaron y en mi imaginación recreo la sobria espiritualidad que debió tener Vardzia en los momentos de mayor esplendor. Mama Lazare me dice que es muy feliz en este lugar y que no hay nada del mundo exterior que le llame la atención. Confieso que abandoné Vardzia con un poco de envidia.

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