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Imágenes de las calles de Metsovo (2)

Imágen de Metsovo

Mi último viaje por Grecia fue un plus al recorrido que estaba realizando por los Balcanes. Albania,  Macedonia y Montenegro fueron mi objetivo prioritario en aquella ocasión, pero ya que estaba por la zona, como no pasar por Meteora y visitar de nuevo sus inexpugnables monasterios ortodoxos colgados de las montañas.

De Meteora escribí hace tiempo, hoy me toca hacerlo de Metsovo, un precioso pueblo que descubrí en este viaje y del que ni siquiera conocía su nombre hasta que pisé sus adoquinadas calles.  Situado a casi 2.000 metros de altitud y en una posición estratégica, en el norte de Grecia, en las montañas del Pindo, se ha convertido en un agradable enclave para practicar senderismo y deportes de invierno.

Llegué un día grisáceo y lluvioso, una espesa niebla ocultaba las montañas cercanas. Nada más bajarme del autobús empecé a recorrer sus irregulares y empedradas callejuelas. El suelo brillaba por la lluvia caída, el aire era frio y puro, sentí como entraba por mis pulmones, me encantó esa sensación. Apenas se escuchaba ningún ruido, todo parecía que iba “al ralenti” y me encanto esa atmosfera. Las casas eran recias y construidas con madera y piedra, algunas chimeneas expulsaban un humo que dejaba un agradable olor a madera quemada.

Descubrí un artesano carpintero y estuve largo tiempo asomado a su taller mirando como trabajaba con fuerza y a la vez delicadeza la madera, con su mano me indicó que podía pasar, lo hice y con mi pequeño diccionario de griego en algo pudimos entendernos. Antes de irme, me invitó a tomar un vino tinto local, katoi y unos quesos de oveja artesanos, metsovone, todo exquisito, aunque lo mejor fue sin duda su sincera y desinteresada hospitalidad.

No tenía demasiado tiempo, así que continué mi paseo descubriendo pequeños rincones y dejando para otra ocasión la visita de un par de museos recomendados y alguna iglesia. Preferí entretenerme en una deliciosa pastelería con la que me tope de forma inesperada. Sus escaparates parecían los de una joyería, en esta ocasión me demoré poco, mi autobús estaba  a punto de partir. Entré, degusté y compré.

Iba comiendo mis dulces en el bus como un niño glotón y por la ventanilla observaba las últimas casas de Metsovo. Dulce recuerdo.

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