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Un atractivo rincón de Quebec

Un atractivo rincón de Quebec. Foto cedida por Ángel Carro

Canadá es grande, muy grande y no solo por su extensa y diversa geografía plagada de maravillosos paisajes, sino también por albergar en su territorio algunas ciudades que son verdaderas joyas, hoy os contaré de la preciosa y francófona ciudad de Quebec.

Situada al este del país, en la provincia de mismo nombre, parece un pedazo arrancado de la vieja Europa y trasladado al continente americano.

La parte antigua y centro neurálgico de Quebec fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es una ciudad encantadora para pasearla, para detenerse en coquetos rincones o plazuelas que se encuentra uno mientras camina por sus empedradas calles.  Hay restaurantes con onda bohemia y pequeñas tiendas y comercios como en cualquier ciudad provinciana europea, nada de fríos, grandes e impersonales centros comerciales. También hay viejas iglesias cuyo interior huele a incienso y cera quemada. Es decir, un decorado perfecto pero a la vez real y muy atractivo.

Y dominándolo todo, desde su majestuosa atalaya, está el Hotel Château Frontenac, uno de esos hoteles que por su historia y por los personajes que allí se alojaron se ha convertido en un establecimiento legendario. Fue construido por Canadian Pacific Railway a finales del siglo XIX y muy a mi pesar, no tuve el privilegio de alojarme allí, ya sabéis por otros escritos míos, que este tipo de alojamientos son mi debilidad y no porque busque el lujo, sino por mi fetichismo viajero.

También son de interés, siendo algunos de ellos auténticas obras de arte urbano, los numerosos grafitis que hay por toda la ciudad. En muchos casos son tremendos murales que decoran fachadas enteras de edificios y aunque no todos los habitantes de Quebec están de  acuerdo sobre la idoneidad de este tipo de arte, confieso que yo sí los disfruté.

Y ya que estamos en Canadá mañana os contaré sobre un canadiense universal al que descubrí recientemente ¿adivinas quién puede ser?

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