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Siempre desee viajar a Alaska. De niño, con solo oír ese nombre, provocaba en mí un enorme deseo de viajar hasta aquellos inhóspitos y salvajes territorios. Soñaba con emular a los legendarios exploradores que se habían internado en aquellos lejanos parajes para vivir tremendas aventuras. Yo quería ser uno de ellos.

Recientemente adquirí en Chile un precioso libro, Viajes por Alaska de John Muir. Este escocés llego a Alaska en 1.839 con tan solo 11 años de edad. Con los años se convirtió en explorador, geólogo y botánico, recorrió miles de kilómetros convirtiéndose en un ferviente defensor de la vida salvaje.

¡Cuán delicioso y como acelera el pulso el regreso a esta estimulante naturaleza salvaje del norte! ¡Cuán auténtica es su condición salvaje y con cuanta alegría responde el corazón a la bienvenida que brindan sus aguas y sus montañas que brillan y resplandecen como entusiastas rostros humanos! , escribió John Muir en su libro.

Aunque parezca una perogrullada, Alaska se puede recorrer y disfrutar por tierra, mar y aire y de eso os hablaré en los próximos días.

Mi primera entrada al lejano norte estadounidense fue desde la Columbia Británica canadiense. Tomé un barco en Vancouver y navegué por el intrincado Pasaje Interior. Este estrecho canal que pone a prueba a los intrépidos navegantes por la dificultad de su paso  protege las tierras continentales de las aguas del Océano Pacifico. Es un territorio plagado de islas, bahías, fiordos y algunas pequeñas poblaciones a las que en muchos casos solo es posible acceder en barco o avión, yo opte por navegar. Fueron días de lluvia y de un tiempo desapacible pero a pesar de las inclemencias meteorológicas los paisajes eran soberbios, pase muchas horas asomado en la cubierta del barco, estaba feliz al ver cumplido uno de mis sueños de juventud. Por fin estaba en Alaska.

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