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Tblisi centro 2

Hay ciudades donde nada más llegar se siente uno muy cómodo, eso me sucedió a mí al arribar a Tblisi, la capital de Georgia.

Llegué allí después de recorrer Armenia, cruce la frontera entre los dos países a pie, no hacía falta visado y tras esperar unos minutos en el puesto fronterizo, un policía me estampo el sello de entrada en el pasaporte, sin apenas mirarme, me dio la bienvenida a su país.

El camino hasta Tblisi de aproximadamente 1 hora me recordaba los planos campos castellanos, desde el coche observé a pacientes pastores con sus rebaños dispersos por los ocres paisajes. Todo muy bucólico para una tierra llena de mitos y leyendas. Cuentan que hasta aquí llego Jasón y sus argonautas en busca del Vellocino de oro, uno de los más famosos periplos de la mitología griega.

Me enamoré de Tblisi nada más poner el pie en la ciudad, no en vano su nombre significa “ciudad cálida” y lo es, tanto por su agradable temperatura como por la afabilidad y hospitalidad de sus habitantes. Me instalé en un sencillo hotel de la parte antigua de la ciudad, enseguida vinieron a buscarme y comencé a caminar sin perder un minuto por las estrechas y adoquinadas callejuelas donde hay bellas casas de grandes balconadas.

En la época de la URSS comunista esta era tierra de abundancia y del buen vino, y así lo sigue siendo.  Desde la independencia del gigante soviético, firmada en 1.991 y no exenta de complicados altibajos, el país ha ido poco a poco siendo salpicado, y sobre todo su capital, de unos toques de modernidad. El centro está plagado de coquetas cafeterías y restaurantes, en las terrazas, los músicos amenizan con sus melodías. Los georgianos son amantes de la conversación y de los ratos pasados entre amigos y familiares.

Antes de visitar la iglesia de Metekhi, la fortaleza Narikala o la preciosa vista del río que divide la ciudad en dos, me invitan a brindar por mi estancia en el país. Lo hago con un agradable vino tinto, áspero y fuerte, pero muy sabroso. Me cuentan que el vino, símbolo de la hospitalidad georgiana, fue elaborado por primera vez en el mundo, en este territorio hace 8.000 años y que aun hoy es uno de los emblemas del país. Tras el brindis que presagiaba un buen viaje, como así fue, proseguimos el paseo.

Por cierto abandoné el país días más tarde brindando de nuevo en una copiosa cena de despedida a la que me invitaron mis buenos amigos georgianos, alzamos las copas brindando por mi pronto regreso a su país. Es algo que todavía está pendiente.

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