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Una vez más volé a Santiago de Chile. El vuelo es largo, más de 13 horas en vuelo directo sin escalas. Durante gran parte del mismo se sobrevuela el mar, pero aproximadamente a algo más de 1 hora del aterrizaje, en el aeropuerto Comodoro Arturo Benitez, insigne personaje y que es considerado como el fundador de la aviación en Chile, anuncian por los altavoces de la nave que nos pongamos los cinturones de seguridad, ya que comenzamos a sobrevolar la Cordillera de los Andes, esa que hace de frontera natural entre Chile y Argentina.

Me encanta volar y todo lo relacionado con el mundo de la aeronáutica y siempre que el paisaje lo merece, y en este tramo siempre, no despego la vista de la ventanilla. Es un privilegio observar esas preciosas montañas desde la altura.

Dependiendo de la época del año las tonalidades de la cordillera varían y también lo hace la cantidad de nieve acumulada en sus cercanas montañas o el color de sus brillantes lagunas avistadas desde esta atalaya móvil, pero da igual, aunque en cada ocasión las vistas son diferentes siempre son preciosas.

El sobrevuelo del cruce cordillerano no dura demasiado tiempo así que no hay que perder ni un instante de esas maravillosas vistas, incluso en días despejados es posible avistar y casi tocar con las manos la cumbre del Aconcagua que con sus casi 7.000 metros de altura es la cima más elevada de América.

Hoy en día en los aviones tenemos todo tipo de entretenimientos, infinidad de juegos y películas, nos sirven comida, e incluso en algunas líneas aéreas ya se dispone de wifi,   pero quizás sea bueno recordar que hace apenas un siglo, el 12 de diciembre de 1.918  Dagoberto Godoy fue el primer piloto que sobrevoló la Cordillera de los Andes, estoy seguro que el aviador chileno no necesito tantas diversiones para estar entretenido sobrevolando aquellos majestuosos paisajes.

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