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Hace bastantes años visité en el norte de Chile, cerca de Calama, Chuquicamata, la mina de cobre a cielo abierto más grande del mundo. Fue un tour organizado y me sentí como una pequeña hormiga ante aquella inmensidad de terreno arrancado a la montaña. Ahora en mi último viaje por el país andino he visitado otra mina, pero en esta ocasión era de carbón y subterránea.

La mina, El Chiflón del Diablo, se encuentra en la localidad de Lota, al sur de Concepción, es una de las minas más antiguas de Chile y estuvo abierta  a pleno rendimiento hasta 1.990. Hoy en día, es un Monumento Nacional  y se puede realizar la visita en tours guiados, yo lo hice. Una de las particularidades de esta mina es que se encuentra debajo del Océano Pacifico.

El acceso a la mina tiene sus limitaciones, y no se permite el acceso a hipertensos, diabéticos, mujeres embarazadas, claustrofóbicos, asmáticos y personas de movilidad reducida. El tour dura más de 1 hora, y las explicaciones son diversas y entretenidas. Tras facilitarnos un casco y una linterna frontal comenzamos el descenso por unas minúsculas escaleras excavadas en la tierra, luego toca avanzar por las diferentes galerías. A menudo hay que agacharse y no son infrecuentes los golpes, que gracias al casco no pasan de ser algo anecdótico. Hace calor y hay bastante humedad, imagino lo que debería ser trabajar en este ambiente 12 horas al día sin apenas descanso. ¡Un infierno!

Quizás el momento más impactante fue cuando el guía nos indico que apagáramos completamente las linternas y durante  unos minutos estuviéramos en silencio, parece que hay gente que este momento se le hace duro y algunos hasta entran en pánico, afortunadamente en mi grupo todos lo soportamos bien.

Comenzamos el camino de vuelta y sin duda fue un gran alivio cuando de nuevo estuve fuera de las angostas galerías subterráneas. Respire con fuerza, mire y disfrute del cielo azul, devolví el casco y la linterna y abandone el Chiflón del Diablo.

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