En el mercado de Bagan

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Me encanta perderme por los mercados, deambular sin rumbo fijo entre los puestos, hablar con los vendedores y, por supuesto, comprar.

En muchos países el regateo es práctica habitual y yo disfruto una barbaridad practicándolo; sinceramente, creo que nací para ello. Regatear es un arte y tiene sus códigos no escritos y cuanto mejor se conozcan, mejores resultados se obtendrán. Conozco a mucha gente que no lo pasa bien con esta forma de comprar, se atoran, no tienen paciencia, consideran que tanta palabrería es una pérdida de tiempo y que los vendedores siempre nos engañarán. Qué equivocados están.

El mercado de Bagan es un lugar muy agradable, no es nada agobiante y con paciencia y los ojos bien abiertos se pueden encontrar objetos muy chulos. En sus estrechas callejuelas, se mezclan los puestos de frutas, verduras, carnes, pescados, ropas, tejidos, cosméticos, artesanía y un largo etc.   

Mis amigos Fran y Javier se habían encaprichado de una preciosa figura de bronce, pero el precio era demasiado alto para ellos y no se atrevían a regatear. Me pidieron si les podía ayudar. Acepté el reto sin dudar, no era yo el que les hacia un favor a ellos sino al contrario, tenía la oportunidad de regatear una vez más y eso siempre me agrada. Pregunté el precio de varios objetos al tuntún y también el del bronce, no demostrando demasiado interés por él, me dieron un precio alto y ahí empezó el reto. Había llegado el momento de regatear. Pregunté si ese era el último precio y ofrecí un precio exageradamente bajo, pero en la mirada del vendedor percibí que podríamos llegar a un acuerdo. Me dijo que él no podía rebajar más y que el dueño estaba en otro puesto; hice que le llamara por teléfono y hable con él, le pedí que viniera y charláramos sobre el objeto que quería comprar, en unos minutos apareció. Antes de ir directamente al regateo, le pregunté por la antigüedad de la tienda, si había nacido en Bagan, si estaba casado etc, establecí una especie de relación y algo de complicidad con Zaw Zaw, ese era su nombre, le gasté bromas y él a mí, nos reímos un montón y finalmente empezamos a hablar de precio. Mis amigos observaban expectantes este curioso ceremonial donde mi paciencia era una de mis armas. Le di mi precio y me dijo: “imposible, pierdo dinero”, pero observé, quizás es un sexto sentido que tengo, que a poco que lo subiera, me lo llevaría; aunque quiso ponerse duro, ya no podía sorprenderme y él lo sabía. Vi que ya era un juego de estrategia y de poderes y que yo también debería ceder un poco, era lo justo y así lo hice, le ofrecí un poco mas y sin darle tiempo a reaccionar le tendí mi mano y cerramos el trato.  Mis amigos no podían creer el precio conseguido por su bronce y lo mejor de todo es que además yo había disfrutado con la compra.

Antes de abandonar el puesto me hice una foto con Zaw Zaw, me regalo un pequeño “chindit” de madera, dragón protector, le desee buena suerte y partí orgulloso y satisfecho.

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