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Carta menú personalizado en cada ocasiónConocí a Rodrigo de la Calle hace algunos años, me lo presento Juan Pozuelo, otro cocinero y buen amigo con él que yo compartía entonces veranos radiofónicos en la Cadena Ser. Yo hablaba de viajes y él de la gastronomía de los  destinos seleccionados, nos divertíamos un montón y además, según decían, hacíamos un buen tándem. Bueno, pues a Rodrigo me lo presento Juan en un programa que hicimos en el Museo del Ferrocarril en la Antigua Estación de Delicias de Madrid, confieso que hasta ese momento yo no conocía nada de la sorprendente y atractiva cocina de Rodrigo de la Calle.

Me encantó, lo sigue haciendo, su ponderado discurso y la claridad de sus ideas gastronómicas. Era joven, simpático, de contagiosa sonrisa y sencillo, a pesar de ser ya por aquel entonces un tipo con un envidiable  curriculum. También me gano con unas excelentes fresas que nos regalo y que llegaron directamente desde la huerta de Aranjuez, en aquella época su restaurante estaba en la palaciega ciudad madrileña.

Desde entonces seguí sus diferentes andaduras. Comí en su restaurante, que luego abandonaría en pos de nuevos y atractivos proyectos que no fraguaron como a él le hubiera gustado. Hace poco me entere que acababa de abrir El invernadero en Collado Mediano, situado en la sierra madrileña es un pequeño restaurante con tan solo 4 mesas. No quise dejar pasar la oportunidad de verle de nuevo en acción, y el domingo 3 de julio me planté, previa reserva obviamente, en este singular y agradable lugar.

Nada más llegar me ofrecieron una exquisita cerveza artesanal y unos ligeros aperitivos que fueron un excelente preámbulo para la que se nos venía encima.  Optamos por el menú vegetalia que además incluía unos excelentes y muy poco conocidos vinos ( desde un exquisito palo cortado jerezano, pasando por unos blancos, tintos y un sabroso moscatel para los postres)  que maridaban de forma brillante con el desfile de pequeños platos (más de treinta) que nos fueron sirviendo y explicando los jóvenes cocineros que además actuaban también de camareros.

Se trataba de disfrutar de cada plato, de su sabor, de su presentación, y de verse sorprendido por cada nueva propuesta que llegaba a la mesa.

No soy crítico gastronómico y tampoco lo pretendo, pero si me gusta comer y disfrutar de novedosas propuestas. Hoy con este escrito tan solo pretendo contaros la fascinante experiencia vivida una vez más de la mano de Rodrigo de la Calle. Por cierto al despedirse me dijo: “No me gustan los proyectos fáciles y sencillos y en este, estoy encantado y feliz ”, toda una declaración de intenciones para El Invernadero.

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