Islario Maravilloso

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Cualquier viajero que se precie de serlo, tendrá en su curriculum decenas de islas visitadas. Motivos para hacerlo los hay muy diversos. Nada tiene que ver la helada Groenlandia con la lejanísima Australia; Malta con el archipiélago chileno de Chiloe; las preciosas y diminutas 1.000 islas canadienses con las aisladas islas Marquesas de la Polinesia Francesa; la isla malgache de Saint Marie, antaño escondrijo de piratas, con los desperdigados islotes de la vietnamita Bahía de Halong. La lista sería interminable y no nos llevaría a ningún sitio, pero todas son de  ”carne y hueso” y están perfectamente localizadas y con más o menos dificultad su acceso no resulta imposible.

Pero hace poco rebuscando en una pequeña librería de viejo, de esas que casi siempre esconden entre sus desvencijadas estanterías algún tesoro, encontré el libro ‘Islario Maravilloso. Periplo Árabe Medieval’ publicado por Julio Ollero en 1992. Cómo no disfrutar descubriendo lugares mágicos, islas que imaginaron geógrafos y viajeros árabes de la época medieval y que quizás otros, con más pasión que sensatez, buscaron de forma inútil. Cómo no desear viajar a lugares tan exóticos como la isla Waq Waq, tan rica que sus habitantes hacían cadenas de oro para sus perros, la isla de Zabag donde había rosas rojas, amarillas, azules y de muchos colores pero que al arrancarlas se destruían ya que no querían abandonar aquel jardín, la isla de Salahit donde un pez se sube a los arboles cuando sus frutos están maduros, o la isla Sarif que se aleja cuando los navegantes están dispuestos a desembarcar en ella.

Tampoco es mala idea dejar camino libre a la imaginación, ya que quizás en alguno de nuestros periplos veamos cosas que consideramos inverosímiles. ¿Quién no pensaría en su día que el Viaje a la Luna de Julio Verne era solo la invención loca de un escritor? Hoy, en pleno siglo XXI, lo de la Luna ya está superado y se habla de mandar una nave tripulada a Marte.       

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