Momentos cotidianos

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Ya he mencionado en alguna ocasión que uno de los grandes consejos que me dio el gran maestro Manu Leguineche fue: “En los viajes debe estar compensado el paisaje con el paisanaje”, nunca lo olvido. Por eso, en mi viaje a Jamaica, el pasado mes de septiembre, disfruté de un inesperado y agradable momento en contacto con la población local. Fue en la localidad de Falmouth, el puerto más importante de Jamaica durante el siglo XVIII, donde llegaban y se vendían esclavos y, más tarde, los mismos barcos en los que habían llegado se llenaban de azúcar y ron con destino a Europa. Hoy, ese mismo puerto se ve invadido algunos días a la semana con la llegada de turistas que recalan allí en tremendos cruceros.

La ciudad, que hace años entró en una casi irrecuperable decadencia, es muy fácil de recorrer. Sus calles están trazadas en una cuadrícula regular y todavía quedan en pie algunas preciosas y bien conservadas o rehabilitadas casas construidas en madera de estilo georgiano.

Se trataba de pasear sin rumbo fijo y observar, y eso es lo que hice yo. En una calle cualquiera, encontré una minúscula peluquería, me asome por la ventana y vi cómo a un cliente le estaban haciendo unas trenzas, entre y pedí permiso para hacer alguna foto, ni a él ni la peluquera les pareció buena idea y me dijeron que no. Comencé a charlar con la peluquera interesándome por su trabajo y por su habilidad y rapidez en el trenzado. Poco a poco, el ambiente se fue relajando, incluso el cliente, con cara de pocos amigos y con ojos de haberse fumado algo más que tabaco,  comenzó a reír ante mis ocurrencias. Nuevamente, pedí permiso para hacer las fotos; y ya no había ningún problema. Fueron momentos de risas y buen rollo. Quién lo hubiera dicho tan solo unos minutos atrás.

Para mí, son sin duda estos momentos con personajes anónimos, los que engrandecen los viajes, y desde ese día Falmouth, más allá de su importancia histórica, será la ciudad de la peluquería donde se hacían unas curiosas trenzas.   

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