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Paginas de un antiguo tebeo donde se contaba la epopeya del explorador polar.

Isabel Coixet no es una de mis directoras de cine favoritas pero el argumento de su última película, Nadie quiere la noche, me interesaba. Todo lo relacionado con las regiones polares me interesa. En esta ocasión la película, por cierto el enigmático y sorprendente titulo es muy acertado, narra las vicisitudes acaecidas en el viaje que emprende en Groenlandia en 1.908 Josephine Peary en busca de su esposo, Robert E. Peary.

El explorador norteamericano es una de las figuras más controvertidas en el mundo de las exploraciones polares. Nadie le quita mérito sabiendo que dedico 24 años de su vida y realizo 6 expediciones para conseguir algo que se convirtió para él en una obsesión, ser el primer hombre en llegar al Polo Norte. El 6 de abril de 1.909 anunció que había pisado tan importante punto geográfico. Al poco tiempo la controversia estaba servida, otro explorador Frederick Cook parece que había llegado un año antes, en 1908, pero no lo pudo anunciar puesto que tuvo que invernar allí. Roald Amundsen siempre dudo de la afirmación de Peary y años mas tarde en 1.973, Dennis Rawlins publicó un extenso libro con sus conclusiones: “Lo más cerca que estuvo Peary del Polo Norte fue a 160 kilómetros”. Parece que quedaba demostrada la gran mentira. Ninguno de los dos había alcanzado la ansiada meta y ambos, cada uno por su parte, decidieron montarse una burda mentira.

Pero volvamos a la película. Los gélidos paisajes blancos y la crudeza del mundo polar son también, sino el principal, protagonista de la película. Josephine Peary interpretada por Juliette Binoche es una mujer fuerte, de gustos exquisitos pero que no se amilana por nada y emprende un complicado y peligroso viaje. Lo que comienza siendo un viaje exterior en busca de su esposo se irá convirtiendo en un duro y profundo viaje interior. Ella frente a la dureza extrema pero también frente así misma.
Viendo los paisajes que inundan por momentos la pantalla del cine evoque con nostalgia pasados viajes. Recordé, al ver como caían tremendos témpanos de hielo sobre las gélidas aguas, aquella fría noche estruendosa que pase frente a un tremendo glaciar en Groenlandia. Durante toda la noche cayeron miles de trozos de hielo, por la mañana, al salir de la tienda todo estaba cubierto de placas de hielo, no era un problema menor teniendo en cuenta que habíamos llegado hasta allí en kayack. Con paciencia, maestría y mucho cuidado conseguimos ir apartando con nuestras palas los témpanos hasta conseguir salir a aguas libres. Pero no todo fueron momentos de tensión, he tenido muchos y muy buena experiencias en Svalbard, también en el norte de Noruega, en los bosques finlandeses, en la Antártida. Confieso que el color blanco polar “me pone”.

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