Hay nombres de lugares que sólo con oírlos encandilan al viajero provocándole unas tremendas ganas de emprender rumbo a lejanas geografías. Uno de ellos, al menos para mí, fue Leptis Magna en la costa mediterránea de Libia.
Dice el refrán: “A rey muerto, rey puesto” pero no parece que esta afirmación se cumpla inexorablemente, al menos no ha sido así en Libia. Una vez depuesto el dictador Gadafi, se implantó el caos, la inseguridad, los diferentes grupos armados campan a sus anchas en un país sin ningún orden y lo peor de todo es que no parece encontrarse una solución a corto plazo. Con esta situación no parece desde luego una idea muy sensata viajar por uno de los países más interesantes del norte de África.
En mi Viaje a Libia en 2.007 y entre otros muchos lugares, visité las ruinas de Leptis Magna, la que fuera en la antigüedad una de las más importantes ciudades romanas. Fundada hace más de 3.000 años pronto se convirtió, gracias a su emplazamiento, en uno de los puertos comerciales más utilizados en el mediterráneo. Su diseño urbanístico, con una “ gran via trionfale” de la que arrancaban diferentes calles trasversales, su mercado, el foro, el anfiteatro, la sede del senado local y los innumerables templos dedicados entre otros a Mercurio, dios del comercio es el de una típica y rica ciudad romana.
Durante las dos primeras décadas del siglo III, llego a a su máximo esplendor para poco a poco comenzar su declive. Primero los terremotos y las inundaciones, más tarde el acoso de las tribus enfrentadas al poder de Roma y por último el empuje constante de las dunas de arena fueron aniquilando la ciudad. En el siglo XVII Y XVIII llego el expolio europeo, columnas de mármol blanco fueron literalmente arrancadas para ser utilizadas en la construcción del Palacio de Versalles o en el Castillo de Windsor.
Pasear por las antiguas calles rodeado de ruinas hace que la imaginación se dispare. No soy un gran apasionado “a las piedras” y desde luego no es nunca el motivo principal de mis viajes pero confieso que disfruté mucho aquella visita. Mucha culpa la tuvo sin duda Faruk, un excelente guía, que supo trasmitirme de forma apasionada sus grandes conocimientos de cómo era la vida cotidiana en una importante ciudad, del que fue uno de los más grandes imperios que hubo sobre la Tierra.
Rezo para que una vez más la sinrazón humana se detenga y pronto podamos visitar de nuevo tranquilos uno de los lugares arqueológicos más importantes del mundo. Pero parece que después de más de 2.000 años poco hemos aprendido, aunque nunca es tarde.
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