Siempre con sentido del humor

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Ayer comencé a contaros alguna de mis antiguas travesías veraniegas. Así que vayamos al principio de aquella expedición por la selva amazónica.

Salimos de Madrid en agosto de 1986. El vuelo Madrid-Lima tenia escala en Asunción, la capital paraguaya. La escala era lo suficientemente larga para tener tiempo de jugar un minipartido de fútbol con los maleteros del aeropuerto; sin duda, eran otros tiempos y los aeropuertos eran mucho más amables. Un par de noches en Lima y otro vuelo hacia Iquitos, en el corazón de la Amazonia peruana. Finalmente, desde Iquitos, realizamos un vuelo en un pequeño hidroavión hasta Colonia Angamos, un recinto militar situado en la orilla peruana del Río Gálvez. Desde este lugar, comenzaríamos días más tarde nuestra navegación en busca de las Comunidades Mayorunas.

Siempre he mantenido que el humor es algo fundamental en cualquier viaje y que los malos momentos y las situaciones más incómodas se pueden relativizar con una buena sonrisa. Pero no siempre es tan fácil practicar la teoría.

El primer contratiempo fue que antes de subir al hidroavión, nos pesaron a cada uno de nosotros y también todo nuestro equipaje y nos pasábamos muchos kilos, por lo tanto, había que eliminar bultos. Sobre la misma pista, tuvimos que ir reduciendo peso y aunque todo nos parecía fundamental para realizar aquella expedición, no nos quedo más remedio que cumplir a rajatabla, ya que la otra opción era contratar otro hidroavión más grande, pero mucho más caro. Embarcamos con lo mínimo, el resto nos lo guardarían en los hangares del aeropuerto hasta nuestra vuelta. Pero lo más duro estaba por llegar.      

Despegamos de Iquitos, era un día nublado y enseguida nos vimos volando por encima de las nubes, de vez en cuando se producía algún claro y podíamos observar la densa selva. Era muy excitante y la primera vez que viajábamos hacia el corazón de la inexpugnable selva amazónica.

En un momento dado, el piloto nos dijo: “ya estamos cerca de Angamos pero con las nubes no veo el río donde tengo que amerizar, mirar por la ventanilla para ver si lo encontramos, no vamos muy sobrados de combustible, ya que he quitado bastantes litros para aligerar de peso del avión”, quizás para el piloto eso de buscar el río era algo normal, o quizá fue una broma, nunca lo supimos, pero para nosotros no fue nada divertido. Hicimos caso y literalmente pegamos la cara a las pequeñas ventanillas buscando el dichoso Río Gálvez. No paso demasiado tiempo, aunque para nosotros fue eterno, cuando el piloto exclamó: “allí está el río, estamos salvados”. La sonrisa y la tranquilidad volvió a nuestros rostros, desde luego eso del sentido del humor está muy bien, pero os aseguro que en algunas ocasiones no resulta tan fácil llevarlo a cabo.

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