Triste experiencia en Goree

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Hoy, jueves 23 de agosto de 2018, es el Día Internacional para el Recuerdo del Comercio de Esclavos y su Abolición. Por tal motivo, hoy escribiré sobre mi primer viaje a Senegal en agosto de 1998.

Senegal es un país que lamentablemente tuvo mucho que ver con esa lacra que fue la esclavitud. Desde la isla de Goree, hoy repleta de artistas y de pequeños hoteles boutique, partieron encadenados miles de hombres y de mujeres abandonando las tierras africanas que les vieron nacer. Su destino era, tras una larga y penosa travesía por mar, el continente americano donde serian utilizados como esclavos. Quizás por eso, muchos norteamericanos, descendientes de aquellos esclavos, visitan la isla de Goree a modo de peregrinación, para conocer “in situ” la triste y sangrienta historia de sus antepasados.

Coincidí con uno de aquellos grupos visitando la Casa de los Esclavos y su famosa “puerta sin retorno”, esa que cruzaban los africanos antes de embarcar en los barcos negreros. El guía que mostraba la casa, explicaba con gran énfasis y emoción, los tristes detalles de aquel siniestro lugar. Muchos norteamericanos lloraban emocionados, imagino que rememorando los sufrimientos y penalidades que habrían pasado sus familiares.

Me sorprendió un joven senegalés que sentado en el suelo observaba con atención los lujosos relojes, las cadenas de oro, las zapatillas deportivas de marca, las excelentes cámaras de fotos o las envidiadas gafas de sol de los visitantes norteamericanos, al acercarme le oí exclamar: “¡Ojala a mi bisabuelo también se lo hubieran llevado de esclavo!”. Triste paradoja la de aquel muchacho que anteponía la riqueza que tenía delante, y que imaginaba también suya, frente al terrible sufrimiento que pasaron miles de africanos.

Todavía hoy, a pesar de los años trascurridos, se me encoge el alma al recordar aquel momento.   

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