Viajando en tren por Myanmar

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Cuando viajo por un país siempre me gusta realizar algún desplazamiento en tren, lamentablemente y por diversos motivos no siempre es posible. Prefiero los trenes donde la velocidad no es lo más importante, pero sí los paisajes por los que transcurre el recorrido, los lugareños que van en los vagones o incluso el propio ferrocarril. No me interesan, salvo en Japón, los trenes de alta velocidad, el diseño en este caso se parece más a los aviones que a los ferrocarriles.

En mi último viaje a Myanmar realicé el trayecto entre Yangun y Kyaktho en tren y desde allí en autobús hacia la Roca Dorada.

Antes de partir de la decadente estación de Yangún, me entretuve haciendo fotos a unos y otros e incluso a fotografiarme junto a la antigua locomotora con el orgulloso conductor del convoy.  

El tren me encantó, era de esos que llevan las ventanas sin cristal y con unas persianas de madera que se levantan para poder disfrutar del característico olor dulzón del trópico. No había aire acondicionado, pero sí pequeños ventiladores. Durante el lento viaje, se escuchaba el característico y somnoliento traqueteo, chucu-chucu-chucu. En cada estación donde paraba el tren, y fueron muchas, subieron señoras a vender comida recién hecha, bebidas, dulces y otras muchas “delicatessen”. Vagones donde al poco rato, o incluso antes de haber comenzado el viaje, ya había entablado conversación con los vecinos de asiento, en fin un transporte donde “la humanidad” era uno de sus grandes atractivos. 

En fin, un trayecto de apenas cinco horas de duración que me permitió conocer algo más de la cotidiana vida de los birmanos y recordar con nostalgia aquel viaje entre Rangun y Mandalay en el Mandalay Express, que hice hace más de treinta años. Por cierto, si tenéis oportunidad, leer el excelente libro de Paul Theroux, ‘El gran bazar del ferrocarril’; a través de sus páginas viajaréis por un montón de exóticas y lejanas geografías. 

 

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