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Tan cerca del paraíso

Tan cerca del paraíso

Siempre he pensado que viajar por las islas griegas no era solo realizar un viaje en lo geográfico sino que fundamentalmente era un sentimiento y un periplo, preciosa palabra por cierto, que debería realizar cualquier mortal antes de abandonar este mundo terrenal.

Nuestra cultura occidental debe tanto a Grecia que realizar este viaje no es ni más ni menos que encontrarnos con nuestros orígenes. La mejor manera seria hacerlo con suficiente tiempo y sin un plan determinado, las prisas no ayudan cuando se trata de recorrer tierras y mares llenos de  historias y ricas mitologías, lo ideal sería dejarse guiar por la intuición  y desplazarse lentamente disfrutando cada minuto de las innumerables islas diseminadas por el mar Egeo.

A las islas hay que llegar por mar escribió Lawrence Durrell, le hice caso y así llegue yo a Patmos. Situada en el archipiélago del Dodecaneso es una pequeña isla en forma de caballito de mar. Mide 13 kilómetros de largo y en algún punto tan solo 1 de ancho. Está habitada por apenas 2.500 personas y gracias a que está considerada como sagrada y salvaguardada por los monjes ortodoxos no ha sido invadida ni deteriorada por el turismo. Se cuenta que aquí fue desterrado San Juan Evangelista y aquí tuvo, en una cueva que todavía se puede visitar, las extrañas visones que en forma escrita formarían el Apocalipsis, último libro de la Biblia.

Dice Xavier Moret en su libro Grecia, Viaje de otoño,” Vivir en una isla es para los griegos sinónimo de paraíso” y no puedo estar más  de acuerdo con tal afirmación.

En Skala, donde hay bellas callecitas con casas blancas y unas agradables tabernas en el puerto, me senté un atardecer y mientras bebía un buen vaso de vino acompañado de un plato de pulpo yo también pensé que ese momento estaba muy cerca del paraíso.

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